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¿Estamos favoreciendo la capacidad de espera en nuestros hijos? Parte 2

  • viernes, 20 de noviembre de 2015

Estamos en un momento social donde la posibilidad de aguardar la gratificación es cada día más lejana. Hasta no hace muchos años atrás sino contábamos con el dinero para comprar un objeto deseado, no había más remedio que aguardar hasta ahorrarlo. Ahora tenemos tarjetas de crédito. Y miles de ejemplos de nuestra vida cotidiana nos muestran cómo los avances de la tecnología permitieron y favorecieron la obtención de productos y servicios de forma casi inmediata. Nuestra cultura no ve con buenos ojos la espera.

Claro que no pienso que esperar por esperar sea lo deseable, o que sea positivo para nuestra salud cerebral volver al telégrafo, o a las épocas que para hacer una llamada internacional había que esperar varias horas hasta que la operadora lograba establecer la comunicación. No se trata de que “todo tiempo pasado fue mejor” Más bien, en estos avances tecnológicos, todo lo contrario…

Sin embargo debemos cuestionarnos si estamos creando un ambiente cultural que favorezca el desarrollo de los mecanismos de control de espera. Hace unos años atrás era impensable que consumiéramos alimentos o bebidas dentro del mismo supermercado en el que las comprábamos. Teníamos la capacidad de esperar a llegar a casa para hacerlo. Ni siquiera estaba bien visto que consumiéramos un producto inmediatamente después de pagarlo en la caja. Ahora los supermercados se vieron obligados a advertirnos con carteles que no debemos consumir alimentos o bebidas dentro del local. ¿Cuántas veces vemos a niños pequeños consumiendo snacks y bebidas dentro del carro de compras, como la cosa más natural del mundo? ¿O haciendo una rabieta si no se lo permiten?

La buena noticia es que esta capacidad de espera puede enseñarse, entrenarse. Al niño pequeño se le pueden facilitar técnicas para que alejen los pensamientos que lo inducen a caer en la gratificación inmediata. Se trata de ayudarlo a crear imágenes mentales que quitan el valor de tentación de los dulces, o de otras tentaciones. Por ejemplo, ayudarlos a que imaginen que esos dulces en realidad son de algodón o que tienen una textura desagradable, o que, como el propio Mischel les sugirió a los niños, imaginaran que la golosina era de cartón o una nube. Esto como una técnica para favorecer la espera.

Una pregunta que nos puede surgir es: ¿Por qué hay personas que toleran la espera mejor que otras? ¿Si es una capacidad que aparece tempranamente, entonces está genéticamente determinada?

En este punto debemos hacer una distinción, entre inmadurez y disfunción. La primera se refiere a la situación en la que el niño requiere de mayor cantidad de tiempo que el habitual para adquirir un comportamiento o una habilidad, como puede ser hablar o caminar. Entonces, dándole más tiempo, creando un ambiente tolerante y con buena dosis de paciencia, el niño lo irá adquiriendo. Sin embargo, la disfunción implica una alteración de la función, de tendencia más permanente, con una base neurobiológica que la justifica. En este grupo tenemos a los trastornos específicos del lenguaje, los trastornos psicomotrices, las deficiencias atencionales, dislexias, etc. De esta manera, los mecanismos de control inhibitorio pueden mejorar con el tiempo, o pueden requerir de un tratamiento especializado para mejorar esta condición.

El cerebro es un órgano fundamentalmente social, o sea que es altamente sensible a las incidencias del ambiente. Desde el ambiente podemos estimular el desarrollo de los mecanismos de control inhibitorio, tanto desde el ambiente natural de la familia como desde un trabajo específico profesional que fortalezca las áreas del cerebro que gobiernan nuestros impulsos.

En el siguiente enlace pueden ver la entrevista que realizó Eduardo Punset a Mischel en 2009:

http://www.rtve.es/alacarta/videos/redes/redes-ser-feliz-cuestion-voluntad/529636/